LOS PROFESORES DEL colegio no habían terminado de poner la tarea cuando Alejandra ya la había terminado con lujo de detalles. Más de una vez en la universidad su mano se levantó solitaria en el salón de clase ante la pregunta: "¿Quién leyó las fotocopias?". Si los estudiantes se amangualaban para forzar el aplazamiento de un trabajo, ella silenciosamente se sustraía y aparecía con los deberes hechos el día señalado. Se graduó con laureles, encontró su primer trabajo en un santiamén y a los 33 años conserva aquella meticulosidad en todas las dimensiones de su vida, pero curiosamente su currículum, abarrotado de empleos efímeros, podría confundirse con el de una persona vaga e inconstante.
Y es que Alejandra, tan severa consigo y los demás, no se ha pillado el detalle: nadie se la aguanta, no sólo porque ha dado a entender a quienes la rodean que los considera una partida de mediocres, sino porque en nombre de la calidad de su trabajo no rinde lo suficiente. Y cuando no se retira de un puesto por considerarse indigna de "ese jefe de mediopelo", el jefe se le adelanta y le dice adiós por ser ese tipo de persona que pone problemas a las soluciones y no soluciones a los problemas.
Pero hay algo aún peor: Alejandra no es feliz. Sufre la tragedia del perfeccionista consumado, que sacrifica el bienestar personal en nombre de la impecabilidad de sus obras. La virtud que tantos réditos académicos le dejó a Alejandra, hoy día la hace una persona con grandes incompetencias sociales. Y lo sabe, pero no puede contra ello.
El problema con el perfeccionismo es que es un valor supremo difícil de refutar. Sin embargo, algunos psicólogos ya comenzaron a observar los daños que causa y han buscado la manera de echar por tierra aquellas consignas del corte de "tienes que ser el mejor", "esfuérzate por llegar primero" o "nunca te des por vencido" con las que crecieron muchas generaciones. No es un asunto de poca monta: los estudios cada día muestran con mayor contundencia la estrecha asociación entre el perfeccionismo y el riesgo de trastornos mentales como la depresión, el obsesivo-compulsivo, los alimentarios o incluso las adicciones.
Me exijo, te exijo, les exijo
Los perfeccionistas suelen ser agrupados en tres categorías: la primera es la de los centrados en sí mismos, que luchan por superar su propio nivel y, por tanto, son proclives a la depresión por autocrítica; la segunda es la de los que esperan la perfección en los otros y, en consecuencia, dañan cualquier relación, y la tercera es la de los que luchan por un ideal y creen que los demás esperan mucho de ellos, lo que suele ponerlos al borde del suicidio y de los trastornos alimentarios.
La dificultad a la hora de intentar mejorar la calidad de vida de los perfeccionistas reside en que su comportamiento goza de amplia legitimidad -el mundo debe mucho a ellos, nadie lo duda-, se sienten orgullosos de serlo -aun cuando viven haciendo mala cara- y no se dan cuenta de que sus largas jornadas laborales, sus manías, el radicalismo de sus juicios y su inclinación por ver errores los hace algo disfuncionales.
No es que ahora la psiquiatría y la psicología se inclinen por la mediocridad. Nada de eso: lo que tratan es de hacerles caer en cuenta a ciertas personas que eso de andar viendo el defecto y limando hasta la ínfima rugosidad genera incompetencias sociales e insatisfacciones personales. Sentir angustia, por ejemplo, porque la pila de libros no está alineada revela un trastorno obsesivo-compulsivo. Y si pautas del mismo tenor dominan todos los aspectos de la vida, llegará el día en que no sólo los demás le hagan el feo al perfeccionista, sino que éste no se aguante a sí mismo.
Pero existen técnicas para luchar contra esos impulsos perfeccionistas. Alice Provost, asesora de la Universidad de California, hizo el experimento de pedirles a personas con esta personalidad que hicieran algunos ejercicios con el fin de superarla, al menos en su ámbito laboral: que se fueran a la hora justa, que no llegaran temprano, que se tomaran los ratos libres permitidos, que no ordenaran el puesto de trabajo, que no se exigieran terminarlo todo en una sola sentada...
Al finalizar, les pidió que se preguntaran si habían sido castigados, si las cosas habían dejado de funcionar y, especialmente, si se sentían más felices. Los sorprendidos perfeccionistas descubrieron que nada había cambiado: no los habían echado, todo funcionaba normal y, lo mejor, entendieron que las cosas por las que ellos se preocupaban en realidad no eran tan importantes.
CONTRA LA SUPERACIÓN PERSONAL
Como si el péndulo hubiera llegado al extremo, en los libros de superación hoy pueden verse títulos que echan por tierra aquellas premisas que invitaban a "ser el mejor" o "luchar por un ideal". En 2005, El último libro de autoayuda que necesitará, de Paul Pearsall, se convirtió en un best-seller gracias a sus consejos del tenor de "pierda la esperanza", "dese por vencido", "sea pesimista" o "no crea en sí mismo". En cuanto a la perfección, recomendó: "Deje de tratar de corregir sus errores. Más bien, encuentre sus fortalezas y afiáncelas. Luchar por ser quien no es conduce a la decepción".
En el libro ¡Descontrólate! (Editorial Norma), el psicólogo Xavier Guix añade argumentos contra aquellos que quieren tenerlo todo bajo control: "Nada mata más la creatividad, la iniciativa y la motivación de las personas que la desconfianza (...). 'Sufrir' porque los demás no harán las cosas como a nosotros nos gusta denota inseguridad y necesidad de control. Muchos problemas en las empresas tienen su origen en la incapacidad de delegación que tienen sus directivos. Viven atrapados en la paradoja de delegar desconfiando del resultado (...). Con tal de evitarlo necesitan ejercer un control tan abusivo que los demás no soportan tanta presión".
Es momento de analizar si realmente es indispensdable preocuparse por:
hora justa, llegar temprano, que se tomaran los ratos libres permitidos, ordenar el puesto de trabajo, terminarlo todo en una sola sentada...